A veces nos empecinamos con algo o con alguien y terminamos forzando nuestra propia cotidianidad. Al comportarnos así, de manera caprichosa, pretendemos que la vida se nos ajuste a juro. Las cosas que poseemos, los cargos que ocupamos o las personas que están a nuestro alrededor no nos pertenecen. No somos dueños de nada ni de nadie; además, nada es permanente en la vida.
Pese a esa gran verdad nos acostumbramos a ser dependientes de relaciones sentimentales, de cargos empresariales, de hábitos desgastantes y hasta de nuestros propios familiares.
A veces no somos capaces de modificar esa costumbre de aferrarnos y nos dejamos invadir de emociones negativas que nos hacen sufrir innecesariamente. Con frecuencia nos atamos al pasado sin saber que vivir de recuerdos solo nos refuerza nuestra dependencia.
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Si nos aferramos, haremos más traumáticos los cambios normales de la existencia. O nos atrevemos a experimentar las transformaciones que nos llegan o, de manera literal, quedaremos presos de relaciones tediosas, de puestos de
trabajo rutinarios y de otros sinsabores que no nos permitirán disfrutar la vida ni mucho menos avanzar.
Es preciso aprender a soltar. Yo sé que eso no es fácil, pero hay que hacerlo ‘sí o sí’, so pena de amargarnos. Si pretendemos abrir nuevos frentes de acción o incursionar en otro camino, debemos aprender a dejar ir lo que debe
partir.
Incluso, tendríamos que estar dispuestos a sacrificar algo de nuestras viejas prerrogativas y permitir que muchas cosas de nuestro presente se conviertan en un pasado finiquitado.
¿A qué viene esta reflexión?
A que hay que tener un corazón generoso y embadurnarnos de amplitud de mente para aceptar que las cosas cambian y que las pérdidas y renuncias que debemos enfrentar se deben hacer con el mayor grado de dignidad.
La gran ley cósmica del universo es la evolución; de hecho, la vida solo puede mantenerse en su pleno dinamismo cuando estamos dispuestos a aceptar que algunas cosas deben morir para que otras progresen.
Lo único constante e inmutable en el universo es el cambio y la tarea que debemos asumir los hombres es la de aceptar e intentar sacar provecho de cada nueva situación. Y esto rige para todos los aspectos: en la partida de un ser querido, en el rompimiento de una relación, en un despido sorpresivo de empleo, en fin…
Estamos obligados a renovarnos y a buscar la forma de crecer e incluso, si es el caso, a tomar distintos rumbos cuando las cosas ya no funcionan.
Señores: Alejémonos de la rutina en la que hemos caído últimamente y empecemos a ver la vida de una manera más optimista. Dejemos que la intuición nos oriente y nos permita dilucidar el camino que nos espera. ¡No frenemos nuestro desarrollo!
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