Un amigo hace una sana reflexión y me comenta, a propósito de esta página, que hoy ve un mundo lleno de cosas superficiales, de mucha deshonestidad y en general de gente que no sabe qué son los valores.
Él me cuenta que no es una ‘celebridad’ ni un santo y que también tiene muchas faltas como ser humano.
Y pese a que admite que no es autoridad para refutar nada, él no entiende por qué ya no existen los altos estándares que abundaban en el pasado de nuestros abuelos: honestidad, el don de la palabra, el respeto, la sinceridad, la lealtad y el amor.
Estoy de acuerdo con él, entre otras cosas, porque siento que hoy padecemos esa horrible tendencia de ajustar las metas de forma ligera y sin sentido, solo para acomodarnos a la mediocridad.
¿Qué hacer para volver a los buenos tiempos de nuestros antepasados?
Señor lector: Déjeme decirle que casi todos los días reflexiono al respecto y le confieso que no encuentro una respuesta concreta.
Este es un tema muy duro en nuestros días, y lo es más cuando es proporcional al número de personas infelices que hay en el mundo. A pesar de que hace algunas décadas no contábamos con las comodidades de hoy, teníamos algo que nos diferenciaba de la sociedad actual: la humanización.
En ese entonces lo único que teníamos era a cada quien, pero siempre estábamos al lado de la familia, los amigos y el decoro.
Y lo importante era creer en nosotros para enfrentar los problemas del ‘día a día’ y hacernos la existencia más amena.
Hoy lo que ‘reina’ es todo lo contrario: la deshumanización de la vida.
Estamos tan enfrascados en estupideces que solo nos concentramos en asuntos frívolos y que no aportan nada a nuestro mundo.
Todo eso tiene sus consecuencias y la principal de ellas es que hoy somos seres humanos menos felices.
¿A QUÉ VOY CON ESTO?
Que a pesar de que la mayoría esté nadando contra la corriente de su propia felicidad, lo importante es que existan seres humanos que busquen la manera de impactar en la vida de otros, y así mismo aportar su granito de arena para hacer un mundo más armonioso
para todos. Si bien la tarea propuesta no es fácil, la fe es lo último que se pierde.
Quisiera recomendarles a todos nuestros lectores que sean muy perceptivos de lo que sucede hoy en el mundo y que a su vez se nieguen a ceder ante la deshumanización que tanto nos acoge en la actualidad. ¡Ánimo! Desde que existamos los que hacemos la diferencia habrá esperanza y fe para las nuevas generaciones.
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