Un gran profesor del colegio Salesiano, que era un hombre de Dios, me dijo una vez que me vio enojado que la rabia que estaba sintiendo era el precio que yo tenía que pagar por prestarles la atención a cosas sin importancia.
Me dijo que, tal vez sin darme cuenta, en milésimas de segundos, que es el tiempo que le cuesta al cerebro comprender que algo “está mal”, yo podía perder mi buen semblante.
Al principio me molesté más por lo que me dijo, pero luego comprendí que ese sabio docente tenía razón porque, en últimas, el disgusto mío era por algo que se me escapaba de mis manos y que no tenía por qué arruinar mi estado de ánimo.
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Además, mi tutor me recomendó leer pare estos casos, el Salmo 37: 8-20, el cual reza así: “desecha la ira y el enojo; no te alteres, que eso empeora las cosas”.
Traigo a acotación tanto la cita bíblica como ese viejo recuerdo colegial para recordarle que, a veces, usted se enfada por cosas que, de manera literal, son responsabilidades de otros.
¿A qué voy? A que no se fastidie por situaciones que no tienen la real importancia.
Se lo digo porque tal vez muchas cosas le molestan de los demás y usted les presta más atención de la que debe, al punto que se sale de casillas por todo. Y como su enojo puede ser causado por sucesos externos o ajenos, si cae en la trampa del disgusto arruinará su cotidianidad.
Se sale de casillas con facilidad? ¿Para qué se amarga?
¡Tómelo suave! Se lo digo porque si insiste en enfadarse por todo, se verá viejo y amargado y, sin siquiera notarlo, menoscabará su estado de salud.
Si insiste en dejarse enredar en los conflictos emocionales que frecuentemente agotan su paciencia, se le va a complicar la vida innecesariamente.
Tampoco permita que los demás le saquen la chispa por algo que le hagan, ni permita que sus problemas personales lo exasperen.
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Si ve que algo le molesta de quienes le rodean, sin tener que resignarse a soportar sus necedades, sea tolerante, aproveche la lección y la experiencia que cada circunstancia le trae a su cotidianidad…
¡Pero no se mortifique!
Si decide dejarse llevar imprudentemente por la ira o si le da curso libre a su agresividad, la pasará muy mal.
Mientras guarde compostura y siga manteniendo una actitud prudente, nada negativo le sucederá.
¡Hágame caso y verá que su entorno cambiará!
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