Zion Ricks-Gaines perdió la visión tras recibir dos disparos en los ojos. Skater desde los 12 años, no dejó que la ceguera lo separara de su patineta, sino que lo volvió más determinado.
“Podría quedarme en casa sentado, triste, porque no puedo ver, pero eso no me ayuda en nada, ¿entiendes?”, dice el joven de 19 años mientras practica en un parque de patinaje en San Francisco, en los Estados Unidos.
“Yo aún quiero ser un skater profesional”, sostiene antes de hacer un ‘ollie’, uno de los trucos más conocidos del deporte.
La vida de Zion cambió de curso el año pasado cuando él y sus amigos volvían a casa caminando tarde una noche. Al frente de un bar un hombre que había estado bebiendo comenzó a dispararles.
Entonces fue impactado dos veces. Una bala le destruyó el ojo derecho. La otra, la cuenca alrededor del ojo izquierdo, rompiendo el globo ocular.
Zion describe la oscuridad en la cual sus días transcurren como “una noche morada y sin estrellas”.
Tras un enorme esfuerzo médico, el estadounidense ganó una prótesis ocular que él adaptó cambiando el diseño del iris y de la pupila por el flamante logotipo de Spitfire, su marca favorita de patinetas.
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“Un vínculo”
Zion no demoró en regresar a las pistas. “Cuando me subí a mi patineta, sentí que era un vínculo con mi vida de antes”, afirma. “Sentí que me quitaba un peso de mis hombros”, agrega.
En la pista, patinadores sin cascos aceleran sobre rampas de madera. Cogiendo impulso, saltan varios metros en el aire, hacen girar sus patinetas y aterrizan sobre ellas con precisión coreografiada para seguir deslizándose hacia nuevos trucos.
Las improbables hazañas que mezclan equilibrio y osadía maravillan a cualquiera que pase unos minutos observando, así como los gritos de celebración de quien se desliza sobre metros de rieles metálicos, o de dolor de quien no completa la prueba.
Las maniobras son difíciles en circunstancias ideales, pero mucho más desafiantes si no puedes ver los bancos, los bordes, las repisas o la propia patineta sobre la cual andas.
Esto no detuvo a Zion de intentar nuevos trucos. “Cuando me aproximo a un obstáculo que no conozco, lo descubro con mi bastón, o le pido a mis amigos que lo describan. Con eso busco la forma más cómoda de abordarlo”, explica.
Este valiente joven cree que sus siete años de experiencia le juegan a favor, parte del trabajo es memoria muscular. “Si quiero hacer un truco, sé que puedo lograrlo si me lo propongo, no tengo que tener miedo a caerme”. De hecho, Zion se cae. “Todo el tiempo”, dice riendo. “Gajes del oficio”, expresa sin pudor. Zion comenta que ahora se cae más que antes, pero no necesariamente patinando.
Su historia es de admirar y es de pura superación en todo el sentido de la palabra. No hay límites para él.
Redacción AFP
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