Sindey Carolina Bernal camina por los pasillos. Todos los estudiantes del colegio Enrique Olaya Herrera, en Bogotá, la saludan con cariño: “hola profe moradita”, un apodo alusivo a su cabello y su pinta morada. Q’HUBO habló ayer con Carolina, quien es motivo de orgullo para el país, pues recibió el reconocimiento de la Fundación Fidal como la mejor docente de Iberoamérica, esto por su semillero de investigación ‘Inclutec’: estudiantes creando recursos tecnológicos para la inclusión.
“Es posible salir adelante”
Carolina es una de esas profesoras que marca la vida de sus estudiantes. Con dedicación, ella profesa ese amor por la educación de calidad, esa que nunca se olvida. “Yo estudié en el colegio Menorá, del Distrito, ahí mi profesora de matemáticas enseñaba de una forma especial, tanto así que yo me gradué de 11 en 2001 y hoy todavía resuelvo problemas de trigonometría y me fascina”, cuenta.
Carolina hoy cursa su segundo doctorado de Formación en Diversidad en la universidad de Manizales, un lugar al que llegó con mucho esfuerzo: “A los 19 años mis papás tuvieron a mi hermano y ellos pasaron muchas necesidades, crecimos en la casa de mis abuelos en El Tunal. Mi papá trabajaba como ‘chupa’ de tránsito y con eso nos mantuvo, pero se quedó sin empleo, ahí trabajé dando clases de matemáticas a estudiantes de 8° y 9°, también como recreacionista, así me pagaba mis estudios de diseño tecnológico en la Universidad Pedagógica, fue una época muy dura porque ni siquiera teníamos para pagarnos la seguridad social”, afirma Carolina, quien se siente privilegiada de poder compartir su historia de vida a estudiantes de 9°, 10° y 11°, a los que les dicta tecnología e informática con énfasis en diseño, pero poniéndole a sus clases un toque especial con ejercicios de coordinación, memorización y música.
Le dice no a la violencia y sí a la inclusión
Como profesora, Carolina reta a sus estudiantes a ser mejores y a luchar por sus sueño, pero también a dejar una huella en el mundo y ayudar a tener una sociedad más inclusiva y equitativa, una obsesión que nació en la universidad.
Nosotros tomábamos una clase en la universidad con un estudiante sordo, y un día no fue el intérprete, entonces fue un complique poder ayudarle y que entendiera, ese fue como un inicio y ahí tomé varios cursos para aprender el lenguaje de señas colombiano. Ya cuando tenía que hacer mi trabajo de tesis, un profesor me dijo que no hiciera un proyecto cualquiera, que hiciera algo que cambiara a la sociedad y así desarrollé un software inteligente que reconoce la voz y la traduce a imágenes del lenguaje de señas”.
Ese proyecto lo trasladó a su labor como docente y ahí creó el semillero que la hizo merecedora de tan importante premio.
En él acompaña a los estudiantes a diseñar decenas de propuestas innovadoras en tecnología para personas con dificultades auditivas y visuales, entre ellos: traductores de braille y bastones con sensores. “Aprendimos con los estudiantes a meternos en cuanta convocatoria hay porque desarrollar estos proyectos requiere plata y hasta nos ha tocado hacer rifas en la entrega de boletines”, cuenta Diana, quien precisamente fue postulada al XIV Concurso Nacional y IX Iberoamericano de Excelencia Educativa de la Fundación Fidal, en el cual fue la ganadora.
El morado es todo un simbolismo desde cuando era niña y tuvo que pasar su juventud usando una sudadera morada, la última ropa que sus papás le regalaron antes de pasar las duras y las maduras: “el morado es una forma de decirle a las mujeres y las niñas que no se dejen maltratar, yo vivo sola con mi hijo porque no acepto la violencia”.
Le saca tiempo a todo
Gracias a su dedicación docente, a la ‘profe Moradita’ se le han abierto las puertas del mundo. Ha sido incluida en siete importantes premios de docencia a nivel internacional, llegando a estar entre los mejores 50 docentes del ‘Global teacher prize’ y siendo invitada a dictar conferencias en Corea del Sur y en México. Además de su rol como docente de bachillerato, también es profesora en la Universidad El Bosque y también una estudiante que espera pronto graduarse del doctorado en la universidad de Manizales.
“No es fácil, pero hay que sacar tiempo para todo -confiesa ella- y reunir dinero para cumplir todos los sueños y obligaciones que uno tiene, por ejemplo hoy mis papás no tienen empleo, entonces entre mi hermano mayor y yo les ayudamos a ellos y a mi hermano menor, de 28 años.
Él quiere ser chef, pero también le está metiendo la ficha a trabajar”. Hoy le apunta a otro viaje a Japón con el sol de su vida, su hijo Juan Pablo, de apenas 12 años: “Estamos ahorrando en una alcancía de Harry Potter y ahí vamos con mis hermanos a cumplir ese sueño”.
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